1. LA EXTERIORIDAD EN EL HOMBRE DE HOY.
En tiempos de hoy como en los tiempos de San Agustín, el punto de partida para la espiritualidad es el hombre. Teniendo en cuenta que el hombre contemporáneo es más exterior que interior, es decir, en nuestros tiempos actuales, el hombre se encuentra bombardeado por muchas cosas superficiales que le impiden mirarse a sí mismo. Al mismo tiempo, se encuentra inmerso en un mundo globalizado, donde la tecnología sigue invitando al hombre a obtener lo nuevo y novedoso que ella misma va produciendo. En este sentido, el hombre queda absorto, debido a los objetos impresionantes que ésta presenta, cuyo fin es atraparlo al hombre e inclinarlo al consumismo.
Por otro lado, cuando el hombre se deja llevar por los sentidos, éste solo puede conocer la exterioridad, la superficialidad y la caducidad. En efecto, puede mirar paisajes hermosos, sin embargo, ignorarse a sí mismo. Todos estos acontecimientos señalados en el hombre es producto del pecado, el cual le hace buscarse a sí mismo en las cosas, vivir de ellas, con ellas y solo por ellas merece la pena vivir. De este modo, el hombre quiere constituirse a sí mismo como centro de todo, haciendo de las cosas que le rodean su ídolo, y a la vez, siendo esclavo de las mismas.
2. DE LA INMANENCIA A LA TRASCENDENCIA.
Si bien es cierto, la exterioridad del hombre lo aleja de sí mismo, sin embargo, hay una inquietud en el hombre, que le mueve a buscar algo más que la simple superficialidad, por eso, ahora presentamos como esta inquietud permite al hombre encontrarse a sí mismo y trascender a Dios.
2.1 Presencia de Dios en el hombre de hoy y su plenitud.
Cuando el hombre camina vagabundo sin saber a donde ir, en este mundo donde reina el ruido y muchas cosas que se presentan como placenteras y que llevan al hombre a la desgracia, angustia y sobre todo al despilfarro de dinero. De esta manera, Dios nos habla a través de la parábola del hijo pródigo, con la cual se identificaba la vida de San Agustín. En efecto, esta parábola presenta al hijo pequeño que se aleja de la casa de su padre, es decir, de sí mismo, de su hombre interior, o sea por caminos equivocados. Entonces, a semejanza del hijo pródigo, el hombre que se halla fuera de sí, escucha el gemido de su corazón insatisfecho llamándole para que vuelva a su interior. Donde Dios dice: “No quieras ir por ahí afuera; vuélvete a ti mismo, porque en el interior del hombre habita la verdad”
Por otro lado, podemos decir que la inquietud del hombre constituye el lugar en el que la mano de Dios puede ocultarse para agitar y mover los corazones. Cuando esta inquietud se esclarece se puede apreciar la figura de Dios, como algo que ilumina lo más oscuro y secreto del hombre.
2.2 El hombre de hoy como templo de Dios.
San Agustín habló en su tiempo acerca del hombre como templo de Dios; sin embargo, hoy en día el hombre sigue siendo templo de Dios, pero necesita recuperar esa dimensión espiritual, para poder constituirse como tal. En este sentido, el hombre no debe sentir miedo ante el gran visitante que llega a su morada, es decir, a su alma, ya que Dios dilatará la misma con su venida. En efecto, esto es lo que quiere significar las palabras de Dios: “habitaré en ellos y me pasearé”. No obstante, el hombre necesita recuperar la dimensión de la caridad, puesto que Dios en su inhabitación engrandece el alma. Pero si el hombre ama desordenadamente las cosas, se producirá en él la estrechez de su alma, el temor, la angustia. Por tanto, el hombre debe dirigir la mirada a su conciencia, la cual hoy en día está olvidada, para encontrar allí a Dios, que mora en él por la caridad como en su templo.
Asimismo, si el hombre de hoy, empieza el proceso de interiorización, no solo estará edificando el templo de Dios, sino que al mismo tiempo estará edificando el cuerpo místico de Cristo. Entonces, el hombre interior no estará edificando para sí, sino para la misma Iglesia.
3. LA INTERIORIDAD EN EL HOMBRE DE HOY.
Así como San Agustín entró dentro de sí mismo, en el interior de su alma donde se encontró con Dios, en ese interior donde ha sido grabada la luz del rostro de Dios. Esto llama al hombre de hoy, convertirse a Dios y comenzar una nueva vida; ya que Dios interviene por intermedio de su gracia y cambia el corazón del hombre. Por otro lado, sólo cuando el hombre entra dentro de sí mismo, se distancia de la vida de los sentidos y vuelve a su corazón, es capaz de conocer y conocerse. Hoy es un reto para nosotros poder entrar dentro de uno mismo, ya que el medio en que vivimos no ayuda, pero con la gracia y la ayuda de Dios, mantenemos viva la esperanza de poder lograrlo y encontrar lo que ansía nuestro corazón, el cual está siempre en búsqueda, aunque el tumulto de nuestro entorno no nos permita encontrarlo de manera fácil.
Finalmente, para que el hombre de hoy vuelva a encontrarse a sí mismo, consiga recobrarse, orientarse y enderezarse, para que pueda calmar su sed interior, es preciso que liberándose de lo exterior, que es la cusa de sus ansiedad, se recoge en sí mismo y de esta manera encontrarse con su Dios, en su interioridad.
URIARTE CIEZA, Augusto
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