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Bienvenidos, amigas y amigos que buscan caminos en la Teología... este blog propondrá opiniones, y métodos teológicos desde diversos enfoques carismas y experiencias particulares que podrían iluminar nuestro trabajo teológico. Estas reflexiones provienen de jóvenes religios@s y laicos que se encuentran en camino de formación, en estudios en el Instituto Superior de Estudios Teológicos "Juan XXIII" de Lima, Perú.

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En el Corazón de María

Mg. César Palomino Castro (docente)

jueves, 15 de julio de 2010

Experiencia metodológica franciscana

El siguiente método parte más desde una experiencia que el hombre tiene en su vida ordinaria. Esta experiencia que le marca para su vida, desde el momento que empieza a tomarle más importancia se da cuenta que lo que le pasa no es solo de un accidente, casualidad o azar de la vida; sino que tiene una dimensión que le hace cambiar el estilo de vida, le hace profundizar más el sentido de sí mismo, como se diría, un encuentro consigo mismo que le hará tener una actitud diferente consigo mismo y con los demás.

En este método quiero desarrollar la experiencia vivida por San Francisco de Asís, en su época de juventud. Lo que vivió, soñó y consiguió para su vida y de los demás. Buscar en Francisco un punto inicial de su proceso de discernimiento suele ser complicado, porque hay varios momentos que van determinando su proceso en la búsqueda y esclarecimiento de su proyecto para una vida en adelante.

La vocación de Francisco, o para ser más exactos, la respuesta que él dio en un primer momento a la llamada que el Señor le hizo, se llevó a cabo durante un proceso lento, en el cual se pueden distinguir seis momentos sucesivos de gran significado, cada uno de los cuales es identificable con un encuentro que resultó determinante en su proceso vocacional, en cuanto aportó un elemento nuevo a su visión de la vida o significó un cambio fundamental en la misma. Los encuentros o experiencias que tuvo fueron los siguientes: consigo mismo, con los pobres, con el leproso, con el Crucifijo, con el Evangelio y con los hermanos.

Aquí desarrollaremos con cierta importancia el primer paso del proceso, encuentro consigo mismo, en cuanto que constituye, según nuestra opinión el que más marca para las demás etapas de encuentro y discernimiento. Este encuentro consigo mismo va acompañado de la enfermedad y la prisión.

En el comportamiento de Francisco cuando se hallaba prisionero en la cárcel de Perusa, podemos descubrir uno de los primeros signos de que en su corazón se estaban dando algunos cambios fundamentales. Él, por naturaleza era alegre y jovial, lejos de aparecer triste se mostraba gozoso. Su sueño era ser un gran caballero, ser admirado por todos y llevar el nombre de su familia por alto, pero cae prisionero en la guerra contra Perusa. Durante su prisión no pierde la alegría que contagia a sus demás compañeros, a pesar de que le digan de que es un loco. Aquí aparece una actitud de un joven que ya comienza a preocuparse seriamente por su futuro. Es verdad que aún no parece tener ideas muy claras sobre el tipo de grandeza que desea y sobre cómo lograrla, pero sus palabras dejan entrever que el ambiente de la cárcel con todo lo que comporta a nivel de grupo, estaba dejando secuelas también en su corazón después de haber pasado varios meses privado de la libertad y en contacto con la angustia y desesperación de sus compañeros. Es muy posible que aquellos meses de crisis lo hayan obligado a entrar dentro de sí y a comenzar a mirar la vida de manera diferente a como lo había mirado hasta entonces.

Esta situación de limitación se prolongó con la enfermedad que sufrió poco después de haber salido de la cárcel. En ese momento ignoraba todavía los planes de Dios sobre él y estaba dedicado a las actividades comerciales de su padre que lo distraían.

Los escritos de San Francisco revelan que el santo vivió momentos fuertes de enfermedad: “… o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante e indocto” (CtaO 39). “… no puedo visitarlos personalmente a cada uno, dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo” (2CtaF 2). “… a causa de la debilidad y dolores de la enfermedad, no tengo fuerzas para hablar” (TestS 2). Es lo que han recopilado los hagiógrafos a cerca de lo que Francisco menciona durante su enfermedad.

Las biografías señalan varias situaciones de enfermedad que vivió san Francisco, ya antes de recibir los estigmas (1224): 1202-1203: Prisión de Perusa. Malaria o tuberculosis. 1206: Luego de la Conversión. Úlcera gástrica.1215: Viaje a España. Dispepsia gástrica y afonía. 1216-1217: Asís. Malaria. 1219: Viaje a Damieta. Conjuntivitis tracomatosa y malaria. 1220-1222: Fiebres cuartanas, inicio de inflamación del bazo e hígado. 1223: Agrava los ojos y malaria que complica más al hígado y bazo.

La actitud de Francisco ante la enfermedad tiene un sentimiento religioso que lo ve como el dolor por los propios pecados, el desprecio de los falsos placeres, el temor al juicio divino un ardiente deseo de Dios y de la vida eterna. Francisco llama hermanas a la enfermedad y a la muerte. Clara de Asís agrega un sentido vicario: a favor del cuerpo de Cristo.

Francisco, acompañado de las “hermanas” enfermedad y muerte, revivió intensamente el seguimiento de Cristo, sobre todo en su Pasión. El encuentro místico con Cristo crucificado en cada enfermo empezó a manifestarse muy pronto: El leproso presentaba al cristiano fervoroso de la Edad Media una imagen viva del Crucificado. Francisco supera la repugnancia instintiva al besar a uno de ellos (en el año 1205; 2 Cel 9). Produce una transformación mística de las reacciones de su sensibilidad humana (“aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo”, Test 3) Inicia una visión completamente nueva del hombre enfermo, ya no como castigo sino como encuentro.

Todo pobre y enfermo era para el Santo una especie de sacramento de la presencia mística de Cristo en el ser doliente. No es mera contemplación, se tradujo en una continua disposición a ayudar: “Admirable era la ternura de compasión con que socorría a los que estaban afligidos de cualquier dolencia corporal; y si en alguno veía una carencia o necesidad, llevado de la dulzura de su piadoso corazón, lo refería a Cristo mismo” (LM 8,5). Francisco relacionó su propio sufrimiento con esa misma dimensión cristológica: Llega al punto de hacerle olvidar sus propios sufrimientos. No se atribuye la idea de martirio a su situación de enfermedad. Atribuye el título de mártir a aquel que “por amor del Señor” acepta la renuncia a lo necesario para el propio cuerpo tras haberlo solicitado “con respeto y humildad” sin obtenerlo: el Señor les “concederá el mérito del martirio” (LP 120e).

En su enfermedad Francisco no se dejó llevar por la flojera ni pereza: Su acción pacificadora entre el obispo Guido II y el podestá Opórtolo, 1225, mediante la estrofa del perdón que entonces añadió al Cántico del hermano sol y que hizo cantar ante los dos protagonistas de la contienda. Su exquisito detalle de “componer también unas letrillas santas con música, para mayor consuelo de las damas pobres del monasterio de San Damián, particularmente porque sabía que estaban muy afectadas por su enfermedad” (LP 85a). Francisco no cayó en la disminución de intereses ni la tendencia a la autoconmiseración. Estaba plenamente abierto a las exigencias de la caridad y de la evangelización.

La enfermedad de Francisco dentro de la fraternidad. Es el mandamiento evangélico del amor el que le da sentido al servicio a los hermanos. “Si alguno de los hermanos cayere en enfermedad, dondequiera que estuviere, los otros hermanos no lo abandonen, sino que se designe a uno de los hermanos o más, si fuere necesario, para que le sirva, ‘como quisieran ellos ser servidos’ (cf. Mt 7,12)”.

Sirviendo a los enfermos se expresa la verdadera capacidad de amar y el valor auténtico de la caridad, pues allí no hay recompensa inmediata: “Bienaventurado el siervo que tanto ama a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle”(Adm 24).

Referencia a sí mismo, como prototipo del servicio deseado: Cuidado exquisito que se exige para con el hermano enfermo. Equilibrio de trato, empezando por uno mismo. Para que los hermanos enfermos no tuviesen escrúpulo en comer carne en días de abstinencia, Francisco daba ejemplo comiendo con apetito, para así, disipar los escrúpulos de los hermanos (Cf. 2Cel 22). Para ayudar he de dejarme ayudar. Hay que medir las fuerzas en la entrega a Dios, el sacrificio ha de ser condimentado (Cf. 2Cel 22).

En este primer encuentro de Francisco con Cristo a través de la enfermedad se puede notar el cambio de vida, actitud y compromiso con los demás. A medida que entiende su realidad y va adentrándose en el conocimiento del designio de Dios para él, empieza a ver con fe la situación que le toca vivir. Y como él mismo dice “todo lo que era amargo se tornó dulzura”. A partir de la enfermedad no se queda con las manos cruzadas, más bien trata de buscar el rostro de Cristo en los pobres, los enfermos y en la fraternidad que viven los hermanos. Su compromiso durante sus últimos años de vida, en un estado crítico de su salud no pierde la obediencia que prometió, tampoco la vida austera que quiso vivir. Le mejor testimonio que dio no fue de palabra, sino de obra.

Antonio Meléndez Ilatoma
Víctor Conce Yauri

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