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En el Corazón de María

Mg. César Palomino Castro (docente)

jueves, 9 de junio de 2011

LA RESURRECCIÓN DEL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN.

SERMÓN 98 (MORIN) DE SAN AGUSTÍN
San Agustín (354-430 a.C.), es uno de los santos Padres de la edad antigua-medieval que tuvo gran influencia dentro de la doctrina eclesiástica, a través de su testimonio ejemplar de vida y, en especial, por su gran abundancia de escritos católicos.
Entre su gran legado podemos encontrar un variado número de Sermones cuya ejecución y presentación realizó durante el ejercicio de su ministerio presbiteral y episcopal. En este breve artículo nos fijaremos en uno especial: el sermón 98 sobre la resurrección del hijo de la viuda de Naín.
San Agustín se caracterizó por ser un gran filósofo, teólogo y retórico propio de su época. En dicho sermón emplea un método relacional y hermenéutico donde compara el texto central de la resurrección del hijo de la viuda de Naín (Lc. 7, 11-17) con otros pasajes bíblicos del mismo tema: la resurrección de la hija de Jairo (Mc. 5, 35-43) y la resurrección de Lázaro (Jn. 11 1-45).
San Agustín nos ayuda a entender el mensaje de las resurrecciones que nos narra el evangelio para que entendamos de manera más profunda el sentido de estas acciones de Jesús, quien buscaba que estas acciones “revelase una verdad a quienes los entendían” (p. 656)
En él, se puede ver cómo Agustín, a través de su interpretación hermenéutica, logra conectar las dos ideas principales que desea transmitir: la causa de la muerte dada en el hombre debido al pecado y la fuerza triunfante y salvadora de Jesús sobre dicha muerte reflejando, a lo largo de la narración, cómo Jesús tiene poder para librar al hombre de las tres tipos de muerte causadas por el pecado humano.
“Estos tres géneros de muertos corresponden a las tres clases de pecadores que Cristo resucita también hoy. La hija del jefe de la sinagoga se hallaba muerta dentro de casa; aún no la habían sacado al exterior.  Allí la resucitó y entregó viva a sus padres. El joven ya no estaba en casa, pero tampoco en el sepulcro; había salido de la casa, pero aún no había sido sepultado.  Solo faltaba  el tercer caso; que fuera resucitado estando en el sepulcro; esto lo realizó en Lázaro” (p. 659)
Una primera muerte será la expuesta a través del texto bíblico de Mc. 5, 35-43, que abarca solamente la pecaminosidad mental del hombre. Luego, expondrá una segunda clase de muerte basada en Lc. 7, 11-15, y que consistirá en el paso del pensamiento a la ejecución de la acción pecaminosa, es decir, el consentimiento voluntario del pecado. Ya, por último, presentará la muerte definitiva del hombre, basada en el texto de Jn. 11, 1-45, y donde se resaltará no sólo el paso del pensamiento al consentimiento y el acto, sino también a la delectación constante de la maldad pecaminosa dentro de la vida cotidiana del ser humano, a lo que llamará costumbre.
De igual forma, y tras esta interpretación y comparación hermenéutica, San Agustín propondrá una nueva idea en su sermón: dará el toque esperanzador y amoroso del plan divino, donde mostrará el poder que tiene Jesús, como Hijo de Dios y Salvador del hombre, para librar a cualquier persona de estos lazos pecaminosos de muerte.
Esta idea la afianzará no sólo con el Misterio Kerigmático de Cristo, sino que también lo demostrará con la autoridad dada por Jesús a sus discípulos y al poder eclesial de “atar y desatar”  (cf. Mt. 16, 19) las cosas divinas en el cielo como en la tierra, manifestando así el poder de Dios y de la Iglesia en el sacramento del perdón.
Todo esto, en resumidas cuentas, será el tema central que en este sermón, San Agustín, el Martillo de los herejes, expondrá a sus fieles.
Vale destacar por último, que dentro de la abundante tradición agustiniana y de su gran contenido teológico, este sermón puede estar presente como una herramienta de instrucción, no sólo para su tiempo (aproximadamente hacia el año 418 d.C.) sino que también tiene un carácter vigente de proclamación eclesial en la actualidad.
Al final de su sermón, su exhortación final nos  invita a no perder la esperanza, nos dice  “Si el pecado está en el corazón y aún no ha salido fuera, haga penitencia, corrija el pensamiento y resucite el muerto en el interior de la conciencia. No pierdas la esperanza no siquiera en el caso de haber consentido a lo pensado. Sino resucitó el muerto dentro, resucite fuera.  Arrepiéntase de lo hecho y resucite rápidamente; no vaya al fondo de la sepultura, no reciba sobre él el peso de la costumbre… Por tanto, los que gozan de vida, sigan viviendo; si alguien se halla muerto, cualquiera que sea la muerte de las tres mencionadas en que se encuentre, haga lo posible por resucitar cuanto antes” (p.662
Es decir, dicho texto agustiniano refleja muy claramente la gracia del perdón y la esperanza del auxilio divino para con el ser humano, especialmente, para todo aquél que desee comprender el valor sacramental y amoroso del perdón divino siendo, asimismo, un texto muy idóneo para la catequesis, el estudio teológico e, incluso, la presentación didáctica del gran Misterio Divino de Salvación. Ya que así como “La viuda se alegró de la resurrección del joven; la madre Iglesia se alegra diariamente de todos los hombres resucitados en el espíritu.”  (p. 655)
Grupo: RIMAY KUISHQUI

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